sábado, 11 de marzo de 2017

GOTCHA ZOMBI

GOTCHA ZOMBI
Encontré algo que buscaba sin saberlo y lo encontré una noche. No buscaba ni pretendía vivirlo como tal pero ocurrió, y sin estar preparado lo tuve que afrontar. Gané experiencia, claro está, pero eso no quita lo desagradable y el mal sabor de boca que me dejo esa desfavorable velada.

Se propuso una idea para un evento en la pequeña ciudad a la que recién había llegado, consistía en el clásico juego de paintball o también conocido como:”gotcha”. Esto con una mezcla de zombis. Al jugador le daban una pistola de pintura y una máscara, debía entrar a buscar llaves y con ello conseguir abrir un cofre, sacar la “cura” y salir vivo del lugar sin que te tocase ningún zombi. Podías paralizarlos e incluso “matarlos” disparando a su cabeza, claro que los actores estaban bien protegidos para evitar daño alguno. 

Sonaba genial para los aficionados a los mundos post-apocalípticos de zombis o de semejanzas a estos como un Left 4 Dead en la vida real, y todo por un módico precio. ¿Quién se negaría a la experiencia que se ofrecía? Y, como si fuera la cerecita sobre el pastel, el lugar predestinado para este evento fue un edificio psiquiátrico para tratar pacientes con problemas mentales y servía también como centro de rehabilitación. Había sido abandonado durante un largo periodo de tiempo y ahora en uso para la diversión de un gusto adquirido: El horror y terror.  

Esa noche había ido acompañado de mi padre y hacíamos una fila no muy larga para participar. Niños con temática de halloween disfrazados, Recuerdo a un par de niñas que iban de blanco. Tenía mucho por ofrecer el lugar y los organizadores. La fila avanzaba y nadie podía ganar salían todos sin victoria pero con agrado por una buena vivencia, y yo estaba ya más entusiasmado por ello. Llegamos a la entrada, entré con otros 3, y al entrar nos vistieron con una careta y una lámpara de cabeza, la pistola cargada y las instrucciones del juego en cuestión siendo explicadas a detalle.

Ambientado el lugar con música de fondo de películas famosas como “El Exorcista” o “Pesadilla en la calle Elm”, acompañado con un payaso ilustrado en la primera pared y la mínima luz que caía de la luna esa noche y la de las lámparas que nos habían proporcionado en un principio. El ambiente ya era macabro, tétrico y espeluznante, justo lo que yo buscaba y quería de lo que prometían: Una experiencia perturbadora en la gran extensión de la palabra. 

Al ir avanzando, deshaciéndome de algunos zombis, iba buscando las llaves. Me escondí detrás de unas pilas de llantas que se encontraba en una habitación de las más grandes, en total eran unas 20 o 24 habitaciones, era difícil de contarlas, además del piso de arriba pero dado que estaba fuera de servicio me mantuve abajo. Salí al patio trasero que era muy amplio y extenso para poder evadir a los supuestos muertos vivientes, pero volví a donde estaba antes y me puse de espalda a la misma pila de llantas. En ese momento no había nadie a mis alrededores y descanse unos segundos. Al virarme para confirmar que no venía zombi alguno vi claramente una niña pequeña, de unos 5 años quizá, que caminaba frente a mí a unos escasos metros. No volteó, ni creo que se haya percatado de mi presencia. Escatimé en dejarme llevar por el nerviosismo y me volteé de nuevo hacía donde estaba mirando antes de ver al ente. Mi piel se erizo y un escalofrío recorrió mi espina, sentía a alguien más mirándome desde las esquinas más oscuras, allá donde ni la escasa luz de mi lámpara llegaba. Decidí que debía moverme, no quedarme en ese lugar donde sentía que el peligro abrumaba mi ser y que en cualquier momento algo saltaría sobre mí haciéndome pegar el alarido más escabroso de la noche. Me escabullí hacía otras habitaciones dejando de tras mío unos pasos mudos de alguien invisible que pisaba mis talones oliendo mi miedo como caía con el sudor frío en mi frente, en mi espalda, en mis brazos y axilas. 

Una sombra que se convertía en silueta, y termino materializándose en un hombre alto e inobservable claramente, se presenció frente a mí, y junto a el la misma niña. 

Al salir del lugar no comenté nada, pero sé que empezaban a notar que algo andaba mal cuando escuche a lo lejos una conversación sobre la muerte de una niña hace años cuando aún era un hospital de rehabilitación psiquiátrica. 

Es un gran evento, ofrecen “matar zombis” y un gran premio a quien saque la cura vivo, y sobre todo te dan una experiencia perturbadoramente tétrica e inolvidable, como esos ojos naranjizos que observaban en una de esas esquinas donde la escasa luz de mi lamparilla no llegaba.