En pijamas, ya entrando la
noche, recibí un texto:
-Acompáñame, aún estas a tiempo. Tenemos que estar en el salón a las nueve.-
Ese día era la graduación de mi primo. Celebraría de por medio su próxima entrada
a la universidad. Además de pasar los canales esperando encontrar algo bueno y
preparar alguna merienda, no tenía nada que hacer. Acepté, quedando a las ocho
y cuarenta y cinco afuera de mi apartamento para que me recogiera.
Un claxon sonó en una hora pasado el mensaje, y una limusina se había puesto en
la puerta de mi apartamento. En cuestión de minutos ya estábamos en la entrada
del salón donde nos recibieron muchos compañeros y amigos de mi primo. Un calor
empezaba a pegar haciendo sudar a la gran mayoría de los que vestían saco o
chaleco, resultando peor siendo que el salón era no muy grande. Por mi parte,
con un buen desodorante y yendo sólo de camisa y pantalón con zapatos, no me
afectó la desgracia. Sin embargo el calor era sofocante a lo que decidimos
sentarnos en una de las mesas aledañas a una de las ventanas por donde
entraba el fresco de afuera. Por
infortunio los escasos ventiladores no funcionaban todos, y no había sistema de
aire acondicionado, pero claro que eso a nosotros ya no nos afectaba tanto.
Comenzamos a charlar con unos amigos de mi primo cuando éste recibió una
llamada y se dirigió a la puerta regresando de la mano de una chica muy bien
vestida y bien parecida. Al acercársenos la presentó como su novia. Parecía ser
una muchacha de buenos modales con rasgos finos. Tras de sí venía una amiga
suya, que se sentó con nosotros.
Con el paso del rato empezamos a hacernos una charla amena. Platicó acerca de
sus añoranzas, sobre estudiar actuación y su pasión por ésta misma. Platicó acerca
de sus mejores experiencias en la preparatoria y lo mucho que recordará con
nostalgia a sus compañeros. Conforme avanzaba la noche la gente se iba
retirando, quedando cada vez menos personas. Se ponía fresco el ambiente
barriendo el calor fuera del lugar.
Cuando las doce treinta y nueve eran, no quedaban más de diez personas en el
salón, incluyendo a mi primo con su pareja, a un par de guardias de seguridad,
al rector de la preparatoria con un par de maestros y por supuesto a Sofía y a
mí. Desde el otro lado del salón mi primo hacía un ademán de retirarnos.
Dirigiéndonos a la limusina, que nos esperaba para llevarnos a cada quien de
vuelta, Sofía comento que ella preferiría el caminar ya que vivía relativamente
cerca, a unas cuantas calles del lugar. Por cordialidad dije que la acompañaba
dadas las horas de la noche.
Durante la caminata ella empezó a abrirse más conmigo, y de igual manera presté
mis oídos para escucharla. Los minutos parecían correr y los pasos parecían demasiado
grandes cuando en poco, casi nada, llegamos a la puerta de su casa. Ella sacó
una llave y abrió la puerta; yo me iba a despedir cuando ella justo pronuncia:
-¿Pasarás?
Contestándole que sería un gusto tomar algo si no ocasionase molestia alguna.
Estando adentro ella preparó un par de cafés fríos y de entre medio no hubo
palabra alguna. Nuestros ojos se entrelazaban y un silencio total ambientaba la
sala de estar. Una mueca de sonrisa sonrosada se dejaba vislumbrar de cuando en
cuando y el estéreo fue encendido reproduciendo un saxofón acompañado de un
piano de bellas notas. Con un gesto de baile se levantó ella y bajó las luces.
Tenues y cálidas luces.
De repente, se rompió cayendo a pedazos. La tensión colapsó quebrándose en mil.
Un impulso frenético invadió mi cuerpo tomándola por la cintura. Nos besamos
apasionadamente y jugando, ella con mi cabello, recorriendo con sus manos mi
espalda explorando cada rincón de ésta; y yo buscando acariciar toda ella.
Sacó mi camisa y se balanceó sobre mí provocando que la cargara con sus piernas
rodeando mi cintura. Así nos dirigimos a su habitación. Enseguida, abriendo la
puerta, la eché sobre la cama sacándole el vestido negro que portaba,
quedándose en sujetador blanco y bragas del mismo color haciendo el juego.
Su respiración se hizo
pausada, lenta y honda. Los latidos de
ambos corazones se volvían rápidos aumentando la presión arterial gravemente.
Hicimos el amor un par de veces. La primera fue más apasionada; procuramos
recorrer cada centímetro de piel explorando el cuerpo del otro, como cuando se
rebusca algo que no sabes que es ni donde esta pero que sabes que te espera. La
segunda vez buscábamos explotar el deseo que aún quedaba terco de nuestro
encuentro.
Entre la primera y la segunda vez colocamos unos elepés que ella guardaba dentro
de un cajón en la tornamesa sobre la
mesita de noche. El primero que colocó ella apenas comenzando, fue un concierto
de jazz con un saxofón y un violín acompañándolo. El segundo lo escogí yo, el Led Zeppelin IV.
Más tarde ella se encogía recargándose en mi costado, poniendo su mano sobre mi
pecho sintiendo mis palpitaciones. Ambos desnudos bajo unas finas mantas. Ambos
en un silencio compartiendo miradas y, de cuando en cuando, una sonrisa cálida
en muestra de un afecto prematuro.
Pasado un rato me metí a la ducha mientras ella tomaba una siesta grácil.
Mientras el agua caía sobre mi rostro, pensaba en el casi imperceptible tiempo
en que había pasado todo esto; en lo imprevisto que había resultado todo esto y
en lo que podía empezar a sentir ella por mí.
Llegado el amanecer preparé unos sándwiches con limonada y desayunamos juntos.
Ese día había trabajo, tanto ella por su parte, como de mi parte yo. Tomé mis
zapatos y antes de retirarme ella dijo:
“Me gustas, en verdad. Eres guapo y me atrajiste desde que te vi anoche. Sabía
que terminaríamos en la cama y eso quería yo, pues me gustas. Eres inteligente
y no careces prácticamente de nada. Pero no es por eso por lo que me gustas,
sino que hay algo que me ata a ti. Es como una fuerza sobrenatural, un lazo
invisible más resistente que el acero y la plata; más flexible que la goma,
pues no importa que tan lejos o cerca estemos te siento de una u otra manera.
Me encantó conocer por quien me he sentido así tanto tiempo. Una luz fulgurosa
e imparable. Sin embargo no puedo verte más, ni tú a mí, y eso también lo sabía
desde el primer momento pero no podía irme tal cual, ni dejarte ir tal cual, no
sin antes haber estado juntos. Complementarnos. Darnos ese impulso que necesitábamos
en nuestras vidas, porque sé que tú también lo necesitabas. ¿Sabes?, hay pocas
cosas en este universo que se llegan a juntar y hacer perfecta conexión, como
un rompecabezas. Sé que si debemos estar juntos nos volveremos a encontrar, por
ese hilo que nos une y esa sensación que nos cala hasta los huesos y tuétanos, penetrándonos
y haciéndonos caer impetuosamente.”
Y tan rápido como ella entró en mi vida, salió también. Pero no sin antes sentir
como ese rayo nos partía en dos calándonos hasta los huesos unánimemente.