sábado, 4 de marzo de 2017

TAN SÓLO OTRA NOCHE DE ABRIL

TAN SÓLO OTRA NOCHE DE ABRIL

Principio de Abril, continuaba la ventisca recorriendo los callejones de la pequeña ciudad. Adentrándose ya la noche le acompaña una calma y un silencio profundo, siendo interrumpido a veces por alguna motocicleta cruzando la avenida. Y allá a lo lejos un letrero fluorescente color verde parpadeaba las palabras “Whikey’s Bar”.  

El viejo reloj enmohecido que se posa en la cúspide del edificio central marca la una y veinte.  

Los arboles se mecían y las ramas chocaban unas con otras suavemente como ejecutando una danza delicada e impredecible. 



Hay un gato en el callejón aledaño, es un gato gris con manchas negras y ojos amarillentos. Se limita a observar hacia la calle echado en el piso junto a un balde de basura. A los pocos segundos pasan otros gatos a su lado, pero este no hace el menor gesto de pararse y se queda en la misma posición. Un gato de los que han pasado se da la vuelta para observarlo y este es ignorado, así que sigue su camino con los demás. 

En una de las casas, ya viejas y cutres, se ve una luz encendida por una ventana, que está cubierta por una persiana de un transparente amarillento. Del otro lado de la ventana hay dos siluetas, una de ellas pertenece a un hombre alto, regordete y con un objeto que simula una botella en su mano derecha. La otra silueta se mueve mucho y asimila a una mujer con el cabello recogido. Viste una bata y parece padecer ansiedad debido a sus alterados movimientos. De repente, en fracciones de segundos, el hombre se alza vuelo y estrella la botella en ademán de golpear a la mujer. Esta pega un alarido. Alarido que es consumido por la oscuridad al apagarse la luz. Un silencio reinó el lugar. 

Ahora la luz colorida del anuncio del bar ya no parpadea, se quedó inmóvil al igual que el gato que no se mueve. 

La puerta metálica se abre, hace rechinar y unos botines negros se abren paso a la avenida. Entre tambaleos y tambaleos se mece hasta llegar al poste de luz, y un taxi, tras dar la vuelta en la esquina de la calle, se dirige a donde la mujer reposa de un brazo y se detiene frente a ella. El pequeño letrero amarillo en el techo del vehículo se apaga y comienza su trayectoria. 

Un hombre ahora sale del bar y se recarga en la pared, enciende un cigarrillo y mete su mano izquierda en sus jeans. Su cara tiene la huella del cansancio y el exceso de placeres pasajeros. Sus párpados parecen serle pesados y toma otra bocanada de humo para no dormitar. Vuelve adentro del lugar y cierra la puerta tras de sí con un rechinido estremecedor.


Del otro lado de la acera una pareja viene cogida de las manos. Él con una gabardina café, y unos pantalones de un tono parecido. Ella con una chamarra beige y una bufanda colgando del cuello. El cabello de ambos es alborotado por las corrientes de aire, y sus pasos lentos como disfrutando la tranquilidad e intimidad que la luna les provee. Ella sonríe y él también. Ella se sonroja y él la besa. Un jugueteo entre ellos se lleva a cabo a cada paso que dan hasta que llegan a la esquina donde una cafetería de veinticuatro horas prevalece con sus luces bajas y las cortinas semi-cerradas. Él le abre la puerta a ella, juntos entran y por la ventana se ve que ordenan algo, luego se sientan en un sofá y esperan apacibles a la camarera con el pedido.

Todo parece tener un movimiento, un principio y un final a excepción del callejero gato que sigue echado sin haberse tomado la molestia de si quiera mover la cola. Parpadea de vez en cuando y sólo eso.

El reloj ahora marca las dos treinta y siete y una luz se prende en un apartamento de un segundo piso. La ventana se abre y se deja ver un joven de ojos somnolientos acompañado de un bostezo lento y extenso. Pronuncia unas palabras suavemente, con tal delicadeza que casi no se percibe su voz, en seguida el gato trepa por una tubería plegada en la pared y alcanza a la ventana. El joven de cabellos alborotados introduce al gato y apaga la lucecilla tras cerrar la ventana. 

La pareja en el café se retira dadas las tres y veintidós tomando un taxi que, al parecer, ordenaron desde adentro de la cafetería. Al no haber clientes, la señora que atiende corre las cortinas, apaga las luces y cierra la puerta girando una llave que después guarda celosamente en su delantal. Podemos deducir que toma una siesta en el aparente cómodo sofá.



Una motocicleta interrumpe la perfección del sosiego nocturno y se detiene en la puerta del bar. El conductor saca un móvil de su chaqueta, se quita el casco y hace una llamada. Al guardar el móvil de vuelta el muchacho que antes fumaba el cigarrillo sale y encadena la puerta para después subirse con el conductor de la moto. Ahora ambos se montan un casco y salen de la vista.


Ahora toda la ciudad descansa por fin, no se escucha un solo ruido. El silencio  omnipresente absorbe toda la vida de la ciudad junto con la noche y el viento que ahora se ha calmado. 

El oscuro de la noche se tiñe lentamente de un rojizo que precede al azul esclarecedor de los cielos. En la lejanía unos aterciopelados rayos tan ligeros como la tela van escurriéndose entre las nubes blanquecinas como de gasa.