domingo, 2 de abril de 2017

HOTEL

HOTEL

La excursión se realizaría en poco tiempo, un par de días quizá. No estaba realmente emocionado por ir, sin embargo quería salir de la rutina monótona así que me apunté. 

El camión salía a las cinco y treinta de la mañana para llegar a Ciudad Cuauhtémoc antes del anochecer y al siguiente día, temprano, dirigirnos a nuestro destino. 

En el camino, no pude dormitar en la mañana. Estando del lado de la ventana observaba como íbamos recorriendo todos esos trayectos tan largos y desérticos. Campos enormes sin población alguna. De cuando en cuando se podía distinguir algún reptil entre las tierras, o un águila en las alturas. Con los auriculares puestos, de algún modo se disfrutaba este recorrido. Al llegar el medio día, sin darme cuenta, pegué cabeza y descansé hasta en la tarde que llegamos a una estación de servicio para recargar gas y comprar algunos alimentos para el resto del camino. 

De vuelta en el autobús, continué leyendo un libro del cual llevaba una cuarta parte. Entró la noche y yo seguía leyendo a gusto, no obstante ya estábamos por llegar al hotel en donde nos hospedaríamos esa noche y proseguí despabilarme un poco y desentumecer las piernas antes de bajar. 

Al entrar al hotel lo primero que vi es que no era el mejor hotel, pero era muy decente con la fachada blanca y cinco pisos de altura. Nos dieron las llaves de nuestras habitaciones habiéndonos agrupado en cantidades de cuatro y cinco. Para gracia o infortunio mío, noté más tarde que temprano que mi ex pareja estaba en el mismo grupo que yo, es decir, que nos había tocado la misma habitación. Dada la situación esperé que todos dejasen sus equipajes en sus habitaciones para que, al yo entrar en la mía, no me topara con mi ex pareja.  

Media hora después subí a mi habitación, entré y aparentemente no había nadie. Acomodé mi maleta en una cama, y cuando me dispuse a acostarme un momento vi a mi ex pareja sentada en un escritorio que estaba junto a la otra cama. Ella lloraba y ocultaba su rostro con sus manos. 

Pregunté el porqué de su llanto y respondió que extrañaba mucho mi presencia junto a ella y habiendo terminado con su pareja actual no se sentía emocionalmente bien. Impetuosamente volteó y me besó como antes solía hacerlo, pero esta vez fue más cariñosa. Quería continuar pero un golpeteo en la puerta interrumpió por completo su escena. A punto de entrar alguien, y ella con miedo de que le viesen tocándome y besándome, se fugó por una ventanilla en la cual apenas cupo, por suerte nuestra habitación estaba en la planta baja. 
Era un amigo que preguntaba si bajaría a cenar; bajé y cené con unos compañeros. A la cercanía escuché murmullos de preguntas sobre el paradero de mi ex pareja. 

Esa noche nos fuimos todos a la cama temprano, más yo me quede con los ojos abiertos sin poder pegarlos. Algo me inquietaba enormemente. No era lo sucedido con mi ex pareja, era algo más. Decidí ir a leer un rato en el lobby para ver si así conciliaba el sueño. 

Al llegar a la recepción, me senté en un sillón negro muy cómodo. Me dispuse a leer cuando escucho una voz de cerca. Era la recepcionista que me ofreció un café. Tras una breve conversación sobre la marcha del viaje y los planes que teníamos para el próximo día se sentó en un sillón a un costado de donde yo me senté. Me comentó que el hotel había acabado de ser remodelado después de llevar treinta años sin darle un solo brochazo de pintura. Me comentó que poco faltaba para que cumpliesen cien años de haber abierto el hotel y sobre algunos sucesos que recorrieron los pasillos dejando su rastro, como una huella imborrable en las paredes del hotel. 

Sucedió acerca de una señora que había reservado una habitación cuarenta años atrás. Ésta venía con sus cuatro hijos y en la mitad de la noche se escuchó un estrepitoso gemido de llanto y angustia, continuado por el impacto craneal de los cinco miembros contra el suelo desde la ventana del quinto piso. Su esposo había fallecido hace no mucho y sin poder mantenerse, ni hacerse cargo de la manutención de los infantes, recurrió al suicidio llevándose consigo a los pequeños. 

Sucedió también, que hacía ya unos ochenta y tres años, una señora acusada de brujería habíase refugiado en una habitación del segundo piso (En ese momento aún no se construía el tercer, cuarto, ni quinto piso) viéndose acorralada por pueblerinos en busca de ser sus verdugos. Al poco rato de haber llegado, a las dos y treinta y tres de la madrugada, una muchedumbre de personas con la sangre hirviendo y los ojos inyectados de furia, incendiaron la habitación número cuarenta y tres con la supuesta bruja dentro. A los pocos días había quedado como nueva para evitar llamar la atención negativamente a pasantes que se quedaban una o dos noches. 

Al parecer había sufrido de varias tragedias durante sus casi cien años de funcionamiento. Nos entretuvimos tanto que cuando nos dimos cuenta ya eran las  dos y veintitrés de la madrugada. 

Carol, me comentó por último el caso de un hombre. Prometía ser el más famoso y dijo que ni los dueños del hotel, ni al personal le gustaba hablar del tema por los recuerdos que acarrea consigo. 
Pasó una tarde de verano cuando un hombre de nombre Damián se infiltró en el edificio, hacía veintidós años. Al hombre, tal parece, se le vio bajando a la sala de calderas. Un par de horas después, el hombre no subía. Nadie vio que saliera. El único empleado que lo había visto, le dijo al dueño sobre el sujeto misterioso. Al anochecer, el hotel se llenó de una oscuridad profunda. Todo el hotel estaba a oscuras. Imaginando que había sido un apagón esperaron a que restablecieran la electricidad, pero en vano fue; los minutos pasaban y todo seguía en penumbras, iluminados únicamente por unas cuantas velas y la escaza luz lunar. Tres cuartos de hora después, se escuchaba algo que se arrastraba por los corredores y en un parpadeo un grito se escuchó seguido de un golpe en seco. Tres oficiales de seguridad palpaban las paredes para guiarse por en medio de los pasadizos y llegar a las escaleras que descienden. Avisaron que todo estaba en orden, no obstante se percibía un olor mohoso y penetrante, de una podredumbre inmensa y bajaron a enterarse de donde provenía. Pasaron diez minutos y, ansiosos ya todos, mandaron a un par de jóvenes a auxiliar a los hombres. Pasaron no más de tres minutos cuando se oyen pasos corriendo por las escaleras, eran los muchachos que lloraban del intenso aroma a algo en estado pútrido. Un par de horas transcurrieron sin que nadie más pudiera, ni quisiera, bajar. En cuestión de segundos volvió la electricidad cuando toda ansiedad ya escurría con el sudor bajando por la frente, pasando por las pestañas y tocando los talones. En ese momento se decidió a bajar el dueño y los dos muchachos, todo para que en menos de dos minutos subieran a explicar detalladamente lo que sus ojos habían presenciado: 

Una capa de una baba chiclosa se esparcía a lo largo y ancho del piso; del techo goteaban pequeñas gotas de sangre y algo similar a un óxido; en la pared derecha restos de sangre salpicada, en la izquierda igual, pero con trozos de carne humana con tendones y tuétanos, la de enfrente estaba un poco menos manchada y la última, espaldas a  las escaleras, restos de los cuerpos de los oficiales y de otro cadáver que nunca se identificó. En un armario en la esquina derecha se encontraron los demás restos de los cadáveres, cristales rotos y otros objetos que no se identificaban, pero con una apariencia muy repulsiva. 

El hombre que había sido avistado al entrar, y sospechoso principal del multi-homicidio, nunca se encontró. Nunca se supo de su paradero, ni de su identidad hasta esa noche en la que Carol me contaba el relato en medio del lobby del hotel, acompañados de un café y la luz de los candelabros que colgaban del techo. 

Agradecí el tiempo y las historias y me pasé a retirar yendo a mi habitación. Al llegar encontré a dos de mis compañeros en una cama, una cama vacía y a mi ex pareja en el sillón; todos dormidos. Me acosté y divagué un poco sobre los relatos, aunque más temprano que tarde pegué los ojos para dormir apaciblemente, por fin. 

Al amanecer, mi ex pareja me levantó de un modo muy amable diciendo que saldríamos en menos de cuarenta y cinco minutos y que debería darme una ducha y desayunar para estar listo. El camión comenzó a rodar a las ocho de la mañana con destino a Monterrey, nuestro verdadero destino.