La excursión se realizaría en poco tiempo, un par de días quizá. No estaba
realmente emocionado por ir, sin embargo quería salir de la rutina monótona así que me apunté.
El camión salía a las cinco y treinta de la mañana para llegar a Ciudad
Cuauhtémoc antes del anochecer y al siguiente día, temprano, dirigirnos a
nuestro destino.
En el camino, no pude dormitar en la mañana. Estando del lado de la ventana
observaba como íbamos recorriendo todos esos trayectos tan largos y desérticos.
Campos enormes sin población alguna. De cuando en cuando se podía distinguir
algún reptil entre las tierras, o un águila en las alturas. Con los auriculares
puestos, de algún modo se disfrutaba este recorrido. Al llegar el medio día, sin
darme cuenta, pegué cabeza y descansé hasta en la tarde que llegamos a una
estación de servicio para recargar gas y comprar algunos alimentos para el
resto del camino.
De vuelta en el autobús, continué leyendo un libro del cual llevaba una cuarta
parte. Entró la noche y yo seguía leyendo a gusto, no obstante ya estábamos por
llegar al hotel en donde nos hospedaríamos esa noche y proseguí despabilarme un
poco y desentumecer las piernas antes de bajar.
Al entrar al hotel lo primero que vi es que no era el mejor hotel, pero era muy
decente con la fachada blanca y cinco pisos de altura. Nos dieron las llaves de
nuestras habitaciones habiéndonos agrupado en cantidades de cuatro y cinco.
Para gracia o infortunio mío, noté más tarde que temprano que mi ex pareja
estaba en el mismo grupo que yo, es decir, que nos había tocado la misma
habitación. Dada la situación esperé que todos dejasen sus equipajes en sus
habitaciones para que, al yo entrar en la mía, no me topara con mi ex
pareja.
Media hora después subí a mi habitación, entré y aparentemente no había nadie.
Acomodé mi maleta en una cama, y cuando me dispuse a acostarme un momento vi a
mi ex pareja sentada en un escritorio que estaba junto a la otra cama. Ella
lloraba y ocultaba su rostro con sus manos.
Pregunté el porqué de su llanto y respondió que extrañaba mucho mi presencia
junto a ella y habiendo terminado con su pareja actual no se sentía emocionalmente
bien. Impetuosamente volteó y me besó como antes solía hacerlo, pero esta vez
fue más cariñosa. Quería continuar pero un golpeteo en la puerta interrumpió
por completo su escena. A punto de entrar alguien, y ella con miedo de que le
viesen tocándome y besándome, se fugó por una ventanilla en la cual apenas
cupo, por suerte nuestra habitación estaba en la planta baja.
Era un amigo que preguntaba si bajaría a cenar; bajé y cené con unos
compañeros. A la cercanía escuché murmullos de preguntas sobre el paradero de
mi ex pareja.
Esa noche nos fuimos todos a la cama temprano, más yo me quede con los ojos
abiertos sin poder pegarlos. Algo me inquietaba enormemente. No era lo sucedido
con mi ex pareja, era algo más. Decidí ir a leer un rato en el lobby para ver
si así conciliaba el sueño.
Al llegar a la recepción, me senté en un sillón negro muy cómodo. Me dispuse a
leer cuando escucho una voz de cerca. Era la recepcionista que me ofreció un
café. Tras una breve conversación sobre la marcha del viaje y los planes que
teníamos para el próximo día se sentó en un sillón a un costado de donde yo me
senté. Me comentó que el hotel había acabado de ser remodelado después de
llevar treinta años sin darle un solo brochazo de pintura. Me comentó que poco
faltaba para que cumpliesen cien años de haber abierto el hotel y sobre algunos
sucesos que recorrieron los pasillos dejando su rastro, como una huella
imborrable en las paredes del hotel.
Sucedió acerca de una señora que había reservado una habitación cuarenta años atrás.
Ésta venía con sus cuatro hijos y en la mitad de la noche se escuchó un
estrepitoso gemido de llanto y angustia, continuado por el impacto craneal de
los cinco miembros contra el suelo desde la ventana del quinto piso. Su esposo
había fallecido hace no mucho y sin poder mantenerse, ni hacerse cargo de la
manutención de los infantes, recurrió al suicidio llevándose consigo a los
pequeños.
Sucedió también, que hacía ya unos ochenta y tres años, una señora acusada de
brujería habíase refugiado en una habitación del segundo piso (En ese momento aún
no se construía el tercer, cuarto, ni quinto piso) viéndose acorralada por
pueblerinos en busca de ser sus verdugos. Al poco rato de haber llegado, a las
dos y treinta y tres de la madrugada, una muchedumbre de personas con la sangre
hirviendo y los ojos inyectados de furia, incendiaron la habitación número cuarenta
y tres con la supuesta bruja dentro. A los pocos días había quedado como nueva
para evitar llamar la atención negativamente a pasantes que se quedaban una o
dos noches.
Al parecer había sufrido de varias tragedias durante sus casi cien años de
funcionamiento. Nos entretuvimos tanto que cuando nos dimos cuenta ya eran las dos y veintitrés de la madrugada.
Carol, me comentó por último el caso de un hombre. Prometía ser el más famoso y
dijo que ni los dueños del hotel, ni al personal le gustaba hablar del tema por
los recuerdos que acarrea consigo.
Pasó una tarde de verano cuando un hombre de nombre Damián se infiltró en el
edificio, hacía veintidós años. Al hombre, tal parece, se le vio bajando a la
sala de calderas. Un par de horas después, el hombre no subía. Nadie vio que
saliera. El único empleado que lo había visto, le dijo al dueño sobre el sujeto
misterioso. Al anochecer, el hotel se llenó de una oscuridad profunda. Todo el
hotel estaba a oscuras. Imaginando que había sido un apagón esperaron a que restablecieran
la electricidad, pero en vano fue; los minutos pasaban y todo seguía en
penumbras, iluminados únicamente por unas cuantas velas y la escaza luz lunar.
Tres cuartos de hora después, se escuchaba algo que se arrastraba por los
corredores y en un parpadeo un grito se escuchó seguido de un golpe en seco. Tres
oficiales de seguridad palpaban las paredes para guiarse por en medio de los
pasadizos y llegar a las escaleras que descienden. Avisaron que todo estaba en
orden, no obstante se percibía un olor mohoso y penetrante, de una podredumbre
inmensa y bajaron a enterarse de donde provenía. Pasaron diez minutos y,
ansiosos ya todos, mandaron a un par de jóvenes a auxiliar a los hombres.
Pasaron no más de tres minutos cuando se oyen pasos corriendo por las
escaleras, eran los muchachos que lloraban del intenso aroma a algo en estado pútrido.
Un par de horas transcurrieron sin que nadie más pudiera, ni quisiera, bajar.
En cuestión de segundos volvió la electricidad cuando toda ansiedad ya escurría
con el sudor bajando por la frente, pasando por las pestañas y tocando los talones.
En ese momento se decidió a bajar el dueño y los dos muchachos, todo para que
en menos de dos minutos subieran a explicar detalladamente lo que sus ojos
habían presenciado:
Una capa de una baba chiclosa se esparcía a lo largo y ancho del piso; del
techo goteaban pequeñas gotas de sangre y algo similar a un óxido; en la pared
derecha restos de sangre salpicada, en la izquierda igual, pero con trozos de
carne humana con tendones y tuétanos, la de enfrente estaba un poco menos
manchada y la última, espaldas a las
escaleras, restos de los cuerpos de los oficiales y de otro cadáver que nunca
se identificó. En un armario en la esquina derecha se encontraron los demás
restos de los cadáveres, cristales rotos y otros objetos que no se
identificaban, pero con una apariencia muy repulsiva.
El hombre que había sido avistado al entrar, y sospechoso principal del multi-homicidio,
nunca se encontró. Nunca se supo de su paradero, ni de su identidad hasta esa
noche en la que Carol me contaba el relato en medio del lobby del hotel, acompañados
de un café y la luz de los candelabros que colgaban del techo.
Agradecí el tiempo y las historias y me pasé a retirar yendo a mi habitación.
Al llegar encontré a dos de mis compañeros en una cama, una cama vacía y a mi
ex pareja en el sillón; todos dormidos. Me acosté y divagué un poco sobre los
relatos, aunque más temprano que tarde pegué los ojos para dormir apaciblemente,
por fin.
Al amanecer, mi ex pareja me levantó de un modo muy amable diciendo que
saldríamos en menos de cuarenta y cinco minutos y que debería darme una ducha y
desayunar para estar listo. El camión comenzó a rodar a las ocho de la mañana con
destino a Monterrey, nuestro verdadero destino.