miércoles, 19 de abril de 2017

LA VILLA (Continuación de HOTEL)

LA VILLA


A las afueras cercanas de Monterrey se hallaría un letrero verde con letras blancas, todas en mayúsculas: “VILLA DEL PEREGRINO”. Cruzando la línea de entrada lo primero que se observaba era una cantina del lado derecho. Parecía muy vieja y fuera de servicio. Más adelante las casas aparentaban provenir de la época colonial. Tomamos una salida por un lado hacia un camino sin pavimentar, era un camino largo y en él se hallaba una casa muy vieja que servía también de tienda abarrotes situada en una esquina. Esquina que al girar se topaba con una calle pavimentada, aunque empedrada. Al final de esa corta calle, virando a la izquierda se localizaba la casa/hotel en la cual nos hospedaríamos. 


El fin del viaje era conocer un lugar poco común y ampliar nuestros conocimientos culturales sobre regiones poco habitadas sobrevivientes al dominio de la electricidad. Claro que la excepción estaba en la casa/hotel y en esa casa de la esquina. Visitaríamos con calma la villa de pinta colonial y aprenderíamos como subsistían aquellas personas bajo sus propios medios sin la dependencia de recursos artificiales. 

Al dar el primer paso bajando el autobús me estiré de lo aletargado que estaba. Pensé en la hora y al sacar el móvil noté la barrita de señal en blanco. Definitivamente ahí no iba a llegar la señal telefónica ni el internet. El portón negro carbón al tope de la empinada calle parecía perderse con la oscuridad profunda de la noche. A las cinco de la tarde el sol cae y no sale hasta las seis de la mañana del día próximo. Así fue que, al marcar las diez y treinta el reloj enorme y tosco que se erguía junto a la chimenea en el comedor principal, tras haber cenado unos deliciosos guisados nos mandaron a la cama. Los grupos formados de igual manera que anteriormente. 

Las habitaciones se dividían en dos pasillos, uno del lado derecho y otro del lado izquierdo. Habitación de juegos de mesa, habitación de lectura, habitación de curaciones, habitación de masajes, cocina, comedor colectivo, un baño espacioso de cada lado. Cada baño con un escusado, lavamanos con espejo en la parte superior, un pequeño foco arriba del espejo, un botiquín de primeros auxilios con medicinas varias detrás del espejo y una bañera con una tina amplia. También contaban con varios juegos de toallas grandes y chicas en un estante de acero que estaba pegado en la pared. 

Dentro de cada habitación había dos camas, un escritorio pequeño de madera con una lamparita de noche, un sofá, una mesita de noche en medio de las dos camas y una ventana que daba al jardín botánico. Mis dos compañeros ya habían cogido la cama pegada a la ventana, para mi suerte. Quería evitar el frio que se sentía estando cerca de allí. Al poner mi maleta sobre la cama restante, otra maleta color verde bosque hace el efecto de un espejo siguiendo el ritmo y camino de la mía. Subí la mirada, aunque ya sabía que se trataba de ella, y mirándome fijamente me dice que podemos turnar noches para dormir en el sofá o la cama. Negué con la cabeza adueñándome de la cama para toda la estadía en aquel lugar. Dejé mi maleta tendida sobre la cama, y salí dispuesto a visitar alguna otra habitación mientras se dormía mi ex pareja. 

La habitación de lectura parecía una biblioteca casera. Al abrir de par en par las puertas se encontraban dos libreros grandes, aunque no tanto. Uno del lado derecho y el otro en el izquierdo. Ambos pegados a la pared y repletos de libros. En medio de estos se encontraba una mesa alargada, en posición vertical a la entrada. Este mismo patrón se repetía una vez más. Cada mesa con seis sillas muy confortables a la espalda y nalgas. Rebusqué entre los libros algo que me llamara la atención y cuando sentí que era ya muy tarde, regresé a mi habitación. Al pasar, a propósito, por el comedor, vi el reloj que marcaba la una y veintidós. 

Extendí ligeramente mi brazo y gire la manilla sutilmente para evitar ruido alguno y despertar a los visitantes de sueños profundos y acogedores. Ambos compañeros bajo sábana dormían plácidamente, como muñecos de felpa, con una tranquilidad y delicadeza indescriptible. Apenas notaba el inhalar en sus pechos como único signo de seguir con vida. Por otro lado mi ex pareja estaba en el sofá aparentemente dormida. Bajé la maleta de mi cama, recorrí el cierre de lado a lado muy cuidadosamente y saqué mi pantalón del pijama. Ya con la cabeza hundida a la almohada de algodón me dispuse a dormir para despertar temprano y aprovechar el día. En eso, se escucha un crujido leve, apenas perceptible en el vasto silencio de la noche. Unos pasos de pies desnudos se acercaban lentamente, como de puntillas tropezando torpemente con los zapatos en el piso. Y un susurro llegó a mis oídos.

-Disculpa, no puedo dormir- Dice ella sentándose a un costado mío.

-Cierra los ojos e imagina algo y duérmete, es muy tarde- Le contesté 

-Simplemente no puedo- Insistió. –No puedo. Permíteme sentarme a tu lado, solo esta noche, lo prometo.- 

-No, vas a despertar a alguien y van a pensar…- Callé cuando empezó a recostarse a la orilla de la cama. -¿Qué haces? Si alguien se despierta va…

-Nadie despertará en lo que resta de la noche- Interrumpió. Se terminó de recostar y le di la espalda. No tardo en colgarme el brazo.

Volteé y después de tanto tiempo, nos vimos a los ojos por un tiempo indeterminado. Quizá fueron segundos o minutos, pero parecía eterno. Nos besamos lentamente e hicimos el amor esa noche en el silencio que nos envolvía fuertemente rasgando las espaldas y mordiendo los labios. Lo hicimos de nuevo, y una última vez sin decir nada. No había nada que decir, solo expresar algo más allá de las palabras con el cuerpo. Fue como una tensión que ella provocaba en mí. Una sensación de timidez al hablarlo, pero que fluía al rozar los labios. 

Antes del amanecer se vistió nuevamente y dormimos separados. Ella en el sofá, y yo en la cama. Ambos con unas ligeras ojeras al despertar esperando que nadie hubiera escuchado aquello de la madrugada precedente. En efecto, nadie había escuchado. Nadie había escuchado. Solo ella y yo sabíamos lo que había pasado; solo ella y yo fuimos felices por unos momentos, juntos. Le sonreí y ella me sonrió, y sin que viera nadie me robó un último beso antes de bajar a tomar el desayuno. 

Estando desayunando, el profesor encargado nos comentó que iríamos a la villa a una plática con un viejo del lugar. Un viejo que decía tener poco que contar pero mucho que trascendentar. Caminamos calle abajo llegando al camino terroso. Continuamos hasta llegar a Villa del Peregrino. No era muy lejos en realidad, quizá unos mil ochocientos metros. Un señor se ofreció a guiarnos a través del lugar y hablarnos un poco de este.

La mayoría de habitantes eran señores mayores, ya ancianos, con su esposa y nietos. Las casas ni bien conservadas ni en mal estado, solo un tanto despintadas y todas las calles sin pavimentar. Adentrándose un poco más se encontraban unos pequeños campos de cosecha, por otro lado un parque pequeño para que los niños jugaran en columpios y las llantas colgando de los arboles. También había una especie de kiosco donde, según el señor que nos guiaba, se reunía la gente para recibir la primavera y agradecer a sus dioses cada inicio de año. 

Hasta este punto aún no había visto muchos adultos; aparte del señor, había visto unos veinte contando hombres y féminas. Los demás eran ancianos y niños o jóvenes. La población se reducía a un aproximado de cuatrocientas personas y de esta cantidad solo un cinco por ciento eran adultos. 

Antes que fuera la hora de comida fuimos a visitar al anciano para escucharle. Arrugas cubrían su rostro y sus ojos apenas se abrían, o quizá ni eso. Con viejos harapos como ropa se postraba en una silla mecedora afuera de su humilde propiedad. Parecía habernos esperado por mucho tiempo, pero con una calma y tranquilidad equiparable con la paciencia de una oruga al sufrir una metamorfosis  para convertirse lentamente en mariposa. Fue entonces cuando empezó a pronunciar afablemente lo que tenía que decirnos hablándonos de su vida como marinero del atlántico, hasta como terminó conociendo a su mujer en uno de sus viajes y juntos regresaron a Monterrey para pedir su mano. 
Contó sobre su vida de marinero y grandes experiencias, relatos de alta mar que parecían sacadas de un cuento fantasioso quizá escrito por Melville. Terminó de hablar mientras daba una breve historia de esta villa y dejando por último la advertencia de no acercarse demasiado a la casa que servía de tienda de abarrotes ya que la dueña y su familia no eran de fiar. 

Nos retiramos agradeciendo al viejo por su cordialidad y el guía nos dirigió a una fonda para comer. Nos sirvieron una especie de entomatadas con especias y un par de grillos para cada quien como aperitivo. De beber agua natural. Antes que se pusiera el sol regresamos al lugar donde esperaríamos al siguiente día para visitar los pequeños campos de cultivo y aprender sobre estos. 

Durante lo que restaba de la tarde, ya oscura, se abrieron las puertas de casi toda habitación. Unos en la biblioteca, otros en la habitación de juegos de mesa y otros pocos platicando sobre la villa y lo no tan interesante que la habían encontrado. Mi ex pareja me volteaba a ver de momentos cortos y yo me limitaba devolver la mirada con una breve sonrisa. A este momento ya sentía que algo no andaba bien en esos lugares, la escasez de adultos, la mirada de varios ancianos para con nosotros y la casa de la esquina. En medio de mis pensamientos me perdí por un momento teorizando mil y una razones del porque de todo eso. Desde una posible temporada de adultos dejando la villa para ir a trabajar en otro lugar y regresar con más dinero para solventar gastos familiares, hasta un posible encuentro con el destino de un suicidio colectivo por un religioso con delirios de sabiduría macro cósmica. Entre más pensaba, más posibilidades me planteaba, pero solo muy pocas resultaban lógicas y explicables. 

Antes de dormir decidí ir calle abajo a comprar un refresco de lata a la supuesta tienda abarrotes. El agua del mismo sabor Jamaica me había empalagado y buscaba algo diferente para saciar la sed, y el agua natural había sido una opción previamente descartada. 

Salí por la ventana del pasillo donde estaba mi habitación y salte fácilmente el portón negro gracias a una maceta que usé como escalón para impulsarme. Para saltar de vuelta no me preocupaba, bastaba con meterme la lata de refresco a la bolsa del pantalón y brincar lo suficientemente alto para agarrarme de la bardilla y sobrepasarlo. En la calle había un par de lámparas que alumbraban lo suficiente para no tropezarme. Eran aproximadamente las nueve de la noche y abrí la puerta con el letrero “EMPUJE” en mayúsculas. Al entrar había un refrigerador a la derecha seguido por la barra donde detrás de ella estaba una señora recargada leyendo alguna revista vieja. Salude y miré alrededor. Aparte del refrigerador rojo había otro contrapuesto a este, con bebidas alcohólicas y junto a este había estantes con frituras y panes embolsados y otras chucherías típicas de una tienda abarrotes. Y por último, un pasillo azulado y recto haciendo frente a la puerta de la entrada, con una sola puerta entreabierta del lado derecho. Tomé una lata de refresco y lo puse sobre la barra sacando mi billetera para pagar. La señora sube la mirada y no dice nada, en eso sale una muchacha de la puerta al fondo del pasillo y se acerca al mostrador dirigiéndose a su madre. De algún modo sabía que era su madre, simplemente yo lo sabía, y esto se confirmo segundos después cuando la señora me invita a pasar a la habitación de al fondo. Con un desconcierto y para no aparentar mala educación me asomé y vi un baño constituido por tan solo azulejos azules claros, las paredes de un azul un poco más fuerte y una regadera; en medio una coladera no muy grande y del lado izquierdo una puerta café cerrada. Regresé la mirada a la señora recargada en el mostrador y me acerqué. Hizo ademán de querer decir algo y propuso algo inusual. Volteando a verme y luego a su hija, preguntó si me apetecía acostarme con ella, específicamente tener sexo en el baño. La propuesta me hizo dudar de esta familia pero tapando la entrada me limitó la salida. Su hija comenzó a acercárseme haciéndome dar pasos en retroceso mientras se sacaba la ropa y jugaba con su cuerpo. Su mirada vacía parecía sedienta y ansiosa de algo, ese algo que tenía yo. Al entrar de espaldas a la ducha se abrió la otra puerta café y salió otra chica parecida a la anterior pero de un cuerpo muy definido y unos ojos tan brillosos como el topacio. Empezando a rodearme entre sus brazos y tratando de sacarme la camisa me sentía con un mal tremendo, al contrario de sentirme atraído por ellas. Me abalancé sobre la primera chica empujándola contra la pared y abriéndome camino hacia la entrada mientras la madre trataba de jalarme de vuelta. Me saqué la camisa y libre de sus manos abrí la puerta de cristal y corrí cuesta arriba para de un único intento pegar el brinco más alto que pude dar esa noche. Entré por la misma ventana y me metí a la habitación mía. Reposé unos momentos mientras el corazón calmaba su apuro y golpeteo brusco en mi pecho. 

Pasó un largo rato y otras mil y una teorías más vinieron a mi cabeza, todas y cada una mas descabelladas que las anteriores. Y todas y cada una relacionadas con la mujer, su hija y la otra chica que probablemente también era su hija. 

Por último, un pequeño ardor comenzó a picar en el cuello, debajo del cabello que tapaba mi nuca. Palpé y entré al baño para ver en el espejo una especie de quemadura leve. La tapé con mi cabello y acomodando mis ideas me dirigí al comedor, donde estaban a punto de servir la cena de esa noche. El majestuoso reloj marcaba las diez y cinco. Esa noche mi ex pareja se acostó en la cama junto a mí. Sin embargo, no tuvimos sexo, únicamente se desvistió y me abrazó. Durmió pegada a mí toda la noche, mientras en mi cabeza trataba de explicar el hecho de aquél lugar en aquella noche. 

El móvil, sin señal pero si con hora, marcaba las dos y cuarenta y cinco cuando desperté de repente para ver como una sombra por la ventana escapando de mi vista. Hice caso omiso y regresé al sueño, no pude evitar abrazar a mi ex pareja, por primera vez en un largo tiempo me sentía seguro a su lado y no deseaba nada más que abrazarla esa noche. 

Al amanecer bajamos por el camino empedrado después de tomar el desayuno. Quise no voltear pero me fue imposible, pero no había nada que ver en la casa de la esquina. No había aparentemente nada, como si una niebla invisible cubriera lo macabro que se ocultaba adentro. 

Al pasar por la misma calle donde el viejo del día anterior, lo vi sentado en su mecedora y con la mano me hizo un gesto de acercarme. Me preguntó si ya había conocido a la señora Magalla, también conocida por ser dueña de la casa de la esquina que servía como tienda abarrotes. Sorprendido le dije que anoche la había conocido junto con sus dos hijas. El señor mostró una sonrisa y me dijo que me levantara el cabello que cubría mi cuello. Vio la pequeña marca que aún no desaparecía y levantándose de su mecedora me miro a los ojos por unos segundos, luego me dijo que no me habían hecho nada y le confirme su hipótesis. Él lo sabía, que había salido de ese lugar con tan solo un rasguño y pareció alegrarse por mí, no obstante, llamó mi atención por mi atrevimiento y frunció el seño señalando que pasara lo que pasara no me acercara a la ventana hasta que nos fuéramos de la villa. 

Pasó el día lento, imaginando si se refería a la vaga sombra que apenas vi en la ventana esa madrugada. Al caer la noche mi ex pareja volvió a acostarse junto a mí tras esperar que los otros dos se durmieran. Platicamos un rato; desnudos y ella recargando su mano sobre mi pecho y acurrucándose en mi. Platicamos hasta que nos ganó el sueño, y a las dos y cuarenta y cinco volví a despertarme y ver la sombra, esta vez más detalladamente como una silueta humanoide deforme. Hice caso omiso y recargué mi cabeza sobre la de mi ex pareja que se recostaba en mi brazo y su mano sobre mi pecho. Le di un beso en la frente y caí dormido. 

Lo mismo pasó la siguiente y última noche, con la excepción que esta vez el frío fue creciendo y un golpeteo breve en la ventana hizo despertar a mi ex pareja, que no tardó más de diez segundos en dormirse de nuevo. 

Antes de partir teníamos una hora para preparar todo, así que baje hacia la villa a buscar al anciano y este me contó que la señora Magalla había perdido a su esposo cuando este salió tarde y unos lobos lo devoraron, entonces entre rituales oscuros se hizo llamar a sí misma bruja. Con habilidad de transfigurarse y llamar la atención de hombres que lentamente desaparecían, explicando el porqué de pocas personas adultas en el lugar. Se decía que a los hombres les seducía con sus hijas para saciar su apetito sexual y así rejuvenecer con el esperma fresco y fértil de un varón. Y, por otro lado, a las mujeres les cortaba el cuello para beber su sangre y mantener una apariencia de buen ver junto a sus hijas. Me hizo pensar en muchas cosas, también diciéndome que le mostrará la marca en el cuello, pero esta ya había desaparecido. Por palabras del viejo supe que ya no me perseguiría. 

Partimos a las nueve y treinta. Al pasar junto a la casa que servía también de abarrotes no vi nada, como si fuera una casa cualquiera. Mi ex pareja se sentó junto a mí, dormitamos un largo rato y platicamos mucho tiempo hasta que se hizo noche y arribamos al viejo hotel donde nos habíamos hospedado hacía apenas unos cuantos días, para al día siguiente estar de regreso a casa. Esa última noche en el hotel, en la habitación 626, nos perdimos y nos encontramos juntos. Nadie nos vio entrar a esa habitación y tampoco nos vieron salir. Nos amamos una vez más antes de ser separados al llegar de vuelta a casa. Villa del Peregrino, vaya lugar para aprender sobre lugares invisibles en los mapas.