LA VILLA
A las afueras cercanas
de Monterrey se hallaría un letrero verde con letras blancas, todas en
mayúsculas: “VILLA DEL PEREGRINO”. Cruzando la línea de entrada lo primero que
se observaba era una cantina del lado derecho. Parecía muy vieja y fuera de
servicio. Más adelante las casas aparentaban provenir de la época colonial.
Tomamos una salida por un lado hacia un camino sin pavimentar, era un camino
largo y en él se hallaba una casa muy vieja que servía también de tienda
abarrotes situada en una esquina. Esquina que al girar se topaba con una calle pavimentada,
aunque empedrada. Al final de esa corta calle, virando a la izquierda se
localizaba la casa/hotel en la cual nos hospedaríamos.
El fin del viaje era conocer un lugar poco común y ampliar nuestros
conocimientos culturales sobre regiones poco habitadas sobrevivientes al
dominio de la electricidad. Claro que la excepción estaba en la casa/hotel y en
esa casa de la esquina. Visitaríamos con calma la villa de pinta colonial y
aprenderíamos como subsistían aquellas personas bajo sus propios medios sin la
dependencia de recursos artificiales.
Al dar el primer paso bajando el autobús me estiré de lo aletargado que estaba.
Pensé en la hora y al sacar el móvil noté la barrita de señal en blanco.
Definitivamente ahí no iba a llegar la señal telefónica ni el internet. El
portón negro carbón al tope de la empinada calle parecía perderse con la
oscuridad profunda de la noche. A las cinco de la tarde el sol cae y no sale
hasta las seis de la mañana del día próximo. Así fue que, al marcar las diez y
treinta el reloj enorme y tosco que se erguía junto a la chimenea en el comedor
principal, tras haber cenado unos deliciosos guisados nos mandaron a la cama.
Los grupos formados de igual manera que anteriormente.
Las habitaciones se dividían en dos pasillos, uno del lado derecho y otro del
lado izquierdo. Habitación de juegos de mesa, habitación de lectura, habitación
de curaciones, habitación de masajes, cocina, comedor colectivo, un baño
espacioso de cada lado. Cada baño con un escusado, lavamanos con espejo en la
parte superior, un pequeño foco arriba del espejo, un botiquín de primeros
auxilios con medicinas varias detrás del espejo y una bañera con una tina
amplia. También contaban con varios juegos de toallas grandes y chicas en un
estante de acero que estaba pegado en la pared.
Dentro de cada habitación había dos camas, un escritorio pequeño de madera con
una lamparita de noche, un sofá, una mesita de noche en medio de las dos camas
y una ventana que daba al jardín botánico. Mis dos compañeros ya habían cogido
la cama pegada a la ventana, para mi suerte. Quería evitar el frio que se
sentía estando cerca de allí. Al poner mi maleta sobre la cama restante, otra
maleta color verde bosque hace el efecto de un espejo siguiendo el ritmo y
camino de la mía. Subí la mirada, aunque ya sabía que se trataba de ella, y
mirándome fijamente me dice que podemos turnar noches para dormir en el sofá o
la cama. Negué con la cabeza adueñándome de la cama para toda la estadía en
aquel lugar. Dejé mi maleta tendida sobre la cama, y salí dispuesto a visitar
alguna otra habitación mientras se dormía mi ex pareja.
La habitación de lectura parecía una biblioteca casera. Al abrir de par en par
las puertas se encontraban dos libreros grandes, aunque no tanto. Uno del lado
derecho y el otro en el izquierdo. Ambos pegados a la pared y repletos de
libros. En medio de estos se encontraba una mesa alargada, en posición vertical
a la entrada. Este mismo patrón se repetía una vez más. Cada mesa con seis
sillas muy confortables a la espalda y nalgas. Rebusqué entre los libros algo
que me llamara la atención y cuando sentí que era ya muy tarde, regresé a mi
habitación. Al pasar, a propósito, por el comedor, vi el reloj que marcaba la
una y veintidós.
Extendí ligeramente mi brazo y gire la manilla sutilmente para evitar ruido
alguno y despertar a los visitantes de sueños profundos y acogedores. Ambos
compañeros bajo sábana dormían plácidamente, como muñecos de felpa, con una
tranquilidad y delicadeza indescriptible. Apenas notaba el inhalar en sus
pechos como único signo de seguir con vida. Por otro lado mi ex pareja estaba
en el sofá aparentemente dormida. Bajé la maleta de mi cama, recorrí el cierre
de lado a lado muy cuidadosamente y saqué mi pantalón del pijama. Ya con la
cabeza hundida a la almohada de algodón me dispuse a dormir para despertar
temprano y aprovechar el día. En eso, se escucha un crujido leve, apenas
perceptible en el vasto silencio de la noche. Unos pasos de pies desnudos se
acercaban lentamente, como de puntillas tropezando torpemente con los zapatos
en el piso. Y un susurro llegó a mis oídos.
-Disculpa, no puedo dormir- Dice ella sentándose a un costado mío.
-Cierra los ojos e imagina algo y duérmete, es muy tarde- Le contesté
-Simplemente no puedo- Insistió. –No puedo. Permíteme sentarme a tu lado, solo
esta noche, lo prometo.-
-No, vas a despertar a alguien y van a pensar…- Callé cuando empezó a
recostarse a la orilla de la cama. -¿Qué haces? Si alguien se despierta va…
-Nadie despertará en lo que resta de la noche- Interrumpió. Se terminó de
recostar y le di la espalda. No tardo en colgarme el brazo.
Volteé y después de tanto tiempo, nos vimos a los ojos por un tiempo
indeterminado. Quizá fueron segundos o minutos, pero parecía eterno. Nos
besamos lentamente e hicimos el amor esa noche en el silencio que nos envolvía
fuertemente rasgando las espaldas y mordiendo los labios. Lo hicimos de nuevo,
y una última vez sin decir nada. No había nada que decir, solo expresar algo
más allá de las palabras con el cuerpo. Fue como una tensión que ella provocaba
en mí. Una sensación de timidez al hablarlo, pero que fluía al rozar los
labios.
Antes del amanecer se vistió nuevamente y dormimos separados. Ella en el sofá,
y yo en la cama. Ambos con unas ligeras ojeras al despertar esperando que nadie
hubiera escuchado aquello de la madrugada precedente. En efecto, nadie había
escuchado. Nadie había escuchado. Solo ella y yo sabíamos lo que había pasado;
solo ella y yo fuimos felices por unos momentos, juntos. Le sonreí y ella me
sonrió, y sin que viera nadie me robó un último beso antes de bajar a tomar el
desayuno.
Estando desayunando, el profesor encargado nos comentó que iríamos a la villa a
una plática con un viejo del lugar. Un viejo que decía tener poco que contar
pero mucho que trascendentar. Caminamos calle abajo llegando al camino terroso.
Continuamos hasta llegar a Villa del Peregrino. No era muy lejos en realidad,
quizá unos mil ochocientos metros. Un señor se ofreció a guiarnos a través del
lugar y hablarnos un poco de este.
La mayoría de habitantes eran señores mayores, ya ancianos, con su esposa y
nietos. Las casas ni bien conservadas ni en mal estado, solo un tanto
despintadas y todas las calles sin pavimentar. Adentrándose un poco más se
encontraban unos pequeños campos de cosecha, por otro lado un parque pequeño
para que los niños jugaran en columpios y las llantas colgando de los arboles.
También había una especie de kiosco donde, según el señor que nos guiaba, se
reunía la gente para recibir la primavera y agradecer a sus dioses cada inicio
de año.
Hasta este punto aún no había visto muchos adultos; aparte del señor, había
visto unos veinte contando hombres y féminas. Los demás eran ancianos y niños o
jóvenes. La población se reducía a un aproximado de cuatrocientas personas y de
esta cantidad solo un cinco por ciento eran adultos.
Antes que fuera la hora de comida fuimos a visitar al anciano para escucharle.
Arrugas cubrían su rostro y sus ojos apenas se abrían, o quizá ni eso. Con
viejos harapos como ropa se postraba en una silla mecedora afuera de su humilde
propiedad. Parecía habernos esperado por mucho tiempo, pero con una calma y
tranquilidad equiparable con la paciencia de una oruga al sufrir una
metamorfosis para convertirse lentamente
en mariposa. Fue entonces cuando empezó a pronunciar afablemente lo que tenía
que decirnos hablándonos de su vida como marinero del atlántico, hasta como
terminó conociendo a su mujer en uno de sus viajes y juntos regresaron a
Monterrey para pedir su mano.
Contó sobre su vida de marinero y grandes experiencias, relatos de alta mar que
parecían sacadas de un cuento fantasioso quizá escrito por Melville. Terminó de
hablar mientras daba una breve historia de esta villa y dejando por último la
advertencia de no acercarse demasiado a la casa que servía de tienda de
abarrotes ya que la dueña y su familia no eran de fiar.
Nos retiramos agradeciendo al viejo por su cordialidad y el guía nos dirigió a
una fonda para comer. Nos sirvieron una especie de entomatadas con especias y
un par de grillos para cada quien como aperitivo. De beber agua natural. Antes
que se pusiera el sol regresamos al lugar donde esperaríamos al siguiente día
para visitar los pequeños campos de cultivo y aprender sobre estos.
Durante lo que restaba de la tarde, ya oscura, se abrieron las puertas de casi
toda habitación. Unos en la biblioteca, otros en la habitación de juegos de
mesa y otros pocos platicando sobre la villa y lo no tan interesante que la
habían encontrado. Mi ex pareja me volteaba a ver de momentos cortos y yo me
limitaba devolver la mirada con una breve sonrisa. A este momento ya sentía que
algo no andaba bien en esos lugares, la escasez de adultos, la mirada de varios
ancianos para con nosotros y la casa de la esquina. En medio de mis
pensamientos me perdí por un momento teorizando mil y una razones del porque de
todo eso. Desde una posible temporada de adultos dejando la villa para ir a
trabajar en otro lugar y regresar con más dinero para solventar gastos
familiares, hasta un posible encuentro con el destino de un suicidio colectivo
por un religioso con delirios de sabiduría macro cósmica. Entre más pensaba,
más posibilidades me planteaba, pero solo muy pocas resultaban lógicas y
explicables.
Antes de dormir decidí ir calle abajo a comprar un refresco de lata a la
supuesta tienda abarrotes. El agua del mismo sabor Jamaica me había empalagado
y buscaba algo diferente para saciar la sed, y el agua natural había sido una
opción previamente descartada.
Salí por la ventana del pasillo donde estaba mi habitación y salte fácilmente
el portón negro gracias a una maceta que usé como escalón para impulsarme. Para
saltar de vuelta no me preocupaba, bastaba con meterme la lata de refresco a la
bolsa del pantalón y brincar lo suficientemente alto para agarrarme de la
bardilla y sobrepasarlo. En la calle había un par de lámparas que alumbraban lo
suficiente para no tropezarme. Eran aproximadamente las nueve de la noche y
abrí la puerta con el letrero “EMPUJE” en mayúsculas. Al entrar había un
refrigerador a la derecha seguido por la barra donde detrás de ella estaba una
señora recargada leyendo alguna revista vieja. Salude y miré alrededor. Aparte
del refrigerador rojo había otro contrapuesto a este, con bebidas alcohólicas y
junto a este había estantes con frituras y panes embolsados y otras chucherías
típicas de una tienda abarrotes. Y por último, un pasillo azulado y recto
haciendo frente a la puerta de la entrada, con una sola puerta entreabierta del
lado derecho. Tomé una lata de refresco y lo puse sobre la barra sacando mi
billetera para pagar. La señora sube la mirada y no dice nada, en eso sale una
muchacha de la puerta al fondo del pasillo y se acerca al mostrador
dirigiéndose a su madre. De algún modo sabía que era su madre, simplemente yo lo
sabía, y esto se confirmo segundos después cuando la señora me invita a pasar a
la habitación de al fondo. Con un desconcierto y para no aparentar mala educación
me asomé y vi un baño constituido por tan solo azulejos azules claros, las
paredes de un azul un poco más fuerte y una regadera; en medio una coladera no
muy grande y del lado izquierdo una puerta café cerrada. Regresé la mirada a la
señora recargada en el mostrador y me acerqué. Hizo ademán de querer decir algo
y propuso algo inusual. Volteando a verme y luego a su hija, preguntó si me
apetecía acostarme con ella, específicamente tener sexo en el baño. La
propuesta me hizo dudar de esta familia pero tapando la entrada me limitó la
salida. Su hija comenzó a acercárseme haciéndome dar pasos en retroceso
mientras se sacaba la ropa y jugaba con su cuerpo. Su mirada vacía parecía
sedienta y ansiosa de algo, ese algo que tenía yo. Al entrar de espaldas a la
ducha se abrió la otra puerta café y salió otra chica parecida a la anterior
pero de un cuerpo muy definido y unos ojos tan brillosos como el topacio.
Empezando a rodearme entre sus brazos y tratando de sacarme la camisa me sentía
con un mal tremendo, al contrario de sentirme atraído por ellas. Me abalancé
sobre la primera chica empujándola contra la pared y abriéndome camino hacia la
entrada mientras la madre trataba de jalarme de vuelta. Me saqué la camisa y
libre de sus manos abrí la puerta de cristal y corrí cuesta arriba para de un
único intento pegar el brinco más alto que pude dar esa noche. Entré por la
misma ventana y me metí a la habitación mía. Reposé unos momentos mientras el
corazón calmaba su apuro y golpeteo brusco en mi pecho.
Pasó un largo rato y otras mil y una teorías más vinieron a mi cabeza, todas y
cada una mas descabelladas que las anteriores. Y todas y cada una relacionadas
con la mujer, su hija y la otra chica que probablemente también era su hija.
Por último, un pequeño ardor comenzó a picar en el cuello, debajo del cabello
que tapaba mi nuca. Palpé y entré al baño para ver en el espejo una especie de
quemadura leve. La tapé con mi cabello y acomodando mis ideas me dirigí al
comedor, donde estaban a punto de servir la cena de esa noche. El majestuoso
reloj marcaba las diez y cinco. Esa noche mi ex pareja se acostó en la cama
junto a mí. Sin embargo, no tuvimos sexo, únicamente se desvistió y me abrazó.
Durmió pegada a mí toda la noche, mientras en mi cabeza trataba de explicar el
hecho de aquél lugar en aquella noche.
El móvil, sin señal pero si con hora, marcaba las dos y cuarenta y cinco cuando
desperté de repente para ver como una sombra por la ventana escapando de mi
vista. Hice caso omiso y regresé al sueño, no pude evitar abrazar a mi ex
pareja, por primera vez en un largo tiempo me sentía seguro a su lado y no
deseaba nada más que abrazarla esa noche.
Al amanecer bajamos por el camino empedrado después de tomar el desayuno. Quise
no voltear pero me fue imposible, pero no había nada que ver en la casa de la
esquina. No había aparentemente nada, como si una niebla invisible cubriera lo
macabro que se ocultaba adentro.
Al pasar por la misma calle donde el viejo del día anterior, lo vi sentado en
su mecedora y con la mano me hizo un gesto de acercarme. Me preguntó si ya
había conocido a la señora Magalla, también conocida por ser dueña de la casa
de la esquina que servía como tienda abarrotes. Sorprendido le dije que anoche
la había conocido junto con sus dos hijas. El señor mostró una sonrisa y me
dijo que me levantara el cabello que cubría mi cuello. Vio la pequeña marca que
aún no desaparecía y levantándose de su mecedora me miro a los ojos por unos
segundos, luego me dijo que no me habían hecho nada y le confirme su hipótesis.
Él lo sabía, que había salido de ese lugar con tan solo un rasguño y pareció
alegrarse por mí, no obstante, llamó mi atención por mi atrevimiento y frunció
el seño señalando que pasara lo que pasara no me acercara a la ventana hasta
que nos fuéramos de la villa.
Pasó el día lento, imaginando si se refería a la vaga sombra que apenas vi en
la ventana esa madrugada. Al caer la noche mi ex pareja volvió a acostarse
junto a mí tras esperar que los otros dos se durmieran. Platicamos un rato;
desnudos y ella recargando su mano sobre mi pecho y acurrucándose en mi.
Platicamos hasta que nos ganó el sueño, y a las dos y cuarenta y cinco volví a
despertarme y ver la sombra, esta vez más detalladamente como una silueta
humanoide deforme. Hice caso omiso y recargué mi cabeza sobre la de mi ex
pareja que se recostaba en mi brazo y su mano sobre mi pecho. Le di un beso en
la frente y caí dormido.
Lo mismo pasó la siguiente y última noche, con la excepción que esta vez el
frío fue creciendo y un golpeteo breve en la ventana hizo despertar a mi ex
pareja, que no tardó más de diez segundos en dormirse de nuevo.
Antes de partir teníamos una hora para preparar todo, así que baje hacia la
villa a buscar al anciano y este me contó que la señora Magalla había perdido a
su esposo cuando este salió tarde y unos lobos lo devoraron, entonces entre
rituales oscuros se hizo llamar a sí misma bruja. Con habilidad de
transfigurarse y llamar la atención de hombres que lentamente desaparecían,
explicando el porqué de pocas personas adultas en el lugar. Se decía que a los
hombres les seducía con sus hijas para saciar su apetito sexual y así
rejuvenecer con el esperma fresco y fértil de un varón. Y, por otro lado, a las
mujeres les cortaba el cuello para beber su sangre y mantener una apariencia de
buen ver junto a sus hijas. Me hizo pensar en muchas cosas, también diciéndome
que le mostrará la marca en el cuello, pero esta ya había desaparecido. Por
palabras del viejo supe que ya no me perseguiría.
Partimos a las nueve y treinta. Al pasar junto a la casa que servía también de
abarrotes no vi nada, como si fuera una casa cualquiera. Mi ex pareja se sentó
junto a mí, dormitamos un largo rato y platicamos mucho tiempo hasta que se
hizo noche y arribamos al viejo hotel donde nos habíamos hospedado hacía apenas
unos cuantos días, para al día siguiente estar de regreso a casa. Esa última
noche en el hotel, en la habitación 626, nos perdimos y nos encontramos juntos.
Nadie nos vio entrar a esa habitación y tampoco nos vieron salir. Nos amamos
una vez más antes de ser separados al llegar de vuelta a casa. Villa del Peregrino,
vaya lugar para aprender sobre lugares invisibles en los mapas.