sábado, 17 de junio de 2017

FILAMENTOS

FILAMENTOS


               Otra vez he despertado. En la misma posición. En la misma cama. Tapado hasta el pecho con el mismo edredón a rombos de distintos tonos cafés. El motor del aire acondicionado sigue en pie y abro los ojos lentamente guiándome por la tenue luz de la lamparilla sobre el escritorio debajo de éste.

               Un ímpetu hace sentarme recargándome en mi antebrazo derecho y un gusano grotescamente gordo me mira fijamente doblándose mientras hace un ademán de avanzar. Mi mano izquierda sobrepasa mi abdomen Y avienta al gusano mandándolo al centro de la habitación, junto a la silla negra de escritorio. 
               
                Sin ver bien aún, me incorporo al borde de la cama y calzo unas sandalias con temor que esté ahí el gusano. Una babosidad escurre caliente por entre mis dedos meñique y anular. Volteo y me encuentro con una mezcla gelatinosa e incolora. El edredón paga el precio.
            
                De pie ahora, camino atontado, mareado. Una nube borrosa impide que vea claro, pero al acercarme a la silla giratoria sé que también está ahí el anélido grotesco.
               
                Me acerco pegado a la cama sintiendo frío, en mi pantorrilla. Tanteo una vez y no la hallo. Tanteo de nuevo y siento el cuero, igual o más frió. La vista se empieza a aclarar y ya en un ochenta por ciento de visibilidad descubro al gusano junto a mi mano apoyada en el respaldo de la silla. El gusano esta con la mitad del cuerpo erguido, como en posición de ataque. Como esperando el momento menos previsto para saltar a mi cuello y morder la carne, penetrar en ella y comer de adentro. Casi puedo sentir su mezquina boca debajo de mi barbilla, haciendo una cavidad cada vez más grande y entrando por mi cuello. Casi puedo sentir una peste gaseosa llenando el hueco que va dejando el gusano tras de sí mientras sigue avanzando. Casi.
               
                Pero él sigue ahí, sobre el respaldo de la silla. De repente se avienta. Lo veo volar por los aires y aterriza en mi hombro. Mi playera se empapa de esa gelatina nauseabunda. Se yergue preparándose a abrir la boca, y en un grito sordo mis dedos vuelven a rozar esa piel dura y áspera cubierta de la baba.
               
                Cae al piso y una especie de gusano se desliza junto a él queriendo escapar. Éste otro es distinto, muy delgado. Tiene un color más definido y no pálido como el gordo. Lo flacucho lo compensa con su largura, no es mucho, pero aventaja por el doble el tamaño de su depredador. El gusano grueso lo devora en un cerrar y abrir de ojos.

                Su tamaño aumentó considerablemente. Era el doble de grueso y gordo. Era tan largo como el otro gusanillo. Ahora de su boca se le veía caer esa misma baba que barnizaba su cuerpo.
            
                Por un instante entendí su existencia en mi habitación, como si lo hubiera sabido desde siempre y el recuerdo despertara tras un lapso de alzheimer.
               
                El gusano voluptuoso estaba ahí para eliminar una pequeña plaga de gusanillos. Debía de comerlos antes que… Parpadeé.
               
                Ahora estoy en la puerta de mi habitación, por fuera. Atrás de mi está el comedor y la cocina. La luz esta encendida y junto un leve escalón que se interpone entre la sala de estar y el comedor. Volteo y ahí está de nuevo el maldito gusano en el piso. Con la misma magnitud que antes de ingerir al otro gusanillo más delgado.
             
                Comienzo a retroceder sin mirar atrás. Procuro no darle la espalda al gusano. Me dirijo a una de las sillas y recargo mi mano izquierda en ella. Siento algo que se mueve bajo mi mano. Al levantarla veo al gusano. Lo mando sobre la mesa. Tenía que sacarlo de ahí pero no sabía cómo.
               
                Se empieza a deformar. Ya no tiene la apariencia grotesca y mórbida, ahora adopta la forma de una taza con una servilleta encima. Idealizo que si lo pongo sobre una servilleta podría sacarlo sin tocarlo y procedo a ello. Él va tomando forma nuevamente mientras se desliza por la servilleta. El gusano brinca a mi cuello. Siento como con unos dientes afilados se aferra a mi cuello. Su piel gomosa roza mi clavícula derecha. Es como tener un guante de cocina, de esos que se usan para lavar los trastes, pero relleno de algo pesado y acuoso. En pocos segundos mi cuello gotea sangre y la baba escurre por mi playera pasando por mi pecho como gotas de lágrimas pesadas y lentas. Su cuerpo se mueve descontroladamente abatiendo su parte trasera contra mi barbilla, contra mi cuello y llegando hasta mis labios. Siento una especie de succión, y con ello un golpe como de martillo en cada nervio del cuerpo. Un estallido de luces ante mis ojos y visualizo neuronas cubiertas de algún tipo de electricidad.
               
                Otra succión. Esta vez me tira en cuclillas mientras él se hace más largo que grueso. De un tirón lo arranco de mi cuello y explota en mi mano. Se revienta violentamente y una inmensa cantidad imposible de gusanillos baña todo mi brazo cayendo de inmediato al piso. Algunos que quedan van escalando tratando de llegar más arriba, con la otra mano los lanzo al suelo. Dejo de preocuparme por las entrañas del gusano que siguen entre mis dedos, calientes y pegajosas, y ahora me fijo más en los centenares de gusanillos delgaduchos y amarillentos como podridos que se han formado delante de mis pies.
               
                Trato de pisarlos, pero solo consigo resbalarme y sentir un asco al reventarlos. Su piel parece cáscara, y truenan como palomitas de maíz en el cine. Pensándolo más a detalle, los comparo con las palomitas acarameladas del cine. Muerdes y truena, es pegajosa y luego resbala por tu garganta. Casi vomito al imaginar como un gusanillo de esos bajaría por la garganta queriéndose aferrar y dejando un camino de baba por detrás suyo, y unos vellos que apenas resaltan de su piel de cáscara rozan con las paredes del esófago.
               
                Me di cuenta que había retrocedido lo suficiente en dirección contraria que ahora estaba entre el comedor y la cocina. Salto sobre la mesa y realizo que los gusanos llegaban hasta el otro lado. Al pisar brusco, decenas tronaron, parecía el crepitar de una fogata mefítica.
               
                Pise de nuevo con un asco insano y a un pelo de vomitar salvajemente. Aguanté y pisé una vez más. Un chirrido se escuchaba si te acercabas al nivel del suelo, como si gritaran al ser aplastados. Un rastro de vísceras quedaba en mi sandalia. Faltaban muchos aún, parecían reproducirse una y otra, y otra, y otra vez más.
               
                Un grupito de gusanillos se comenzaron a montar, unos sobre otros en una orgía insalubre. Se revolvían y se mezclaban. Formaron una masa deforme al incorporarse unos con otros. Se fundían entre sí.
               
                La masa comenzó a tomar forma y se movía sobre otros gusanillos haciendo que formasen parte de ella. Cada vez más grande, avanzaba hacia mí. Había adquirido ya, un tamaño considerable, como la mitad del tamaño de mi pie. La masa comenzó a tomar forma. Una mezcla como de pus, hongo, musgo, gelatina, mierda incolora y pestilente, y Dios a saber que más. Se incorporó en sí irguiéndose. Un gusano gordo, grueso, asqueroso y repugnante como el que había explotado en mi mano unos minutos antes. O unas horas. El tiempo parecía no existir.
               
                Más gusanos iguales se formaron de los demás gusanillos que quedaban. En total hubo seis. Al frente de todos, el primero y de alguna manera más parecido al original, irguió una vez más sobre su cola. Aterrado, el sudor corría helando mi espalda y tratando de cegarme. El gusano se lanzó como proyectil y terminó en mi cuello. Desmayé
               
                Al poco rato desperté con el corazón latiendo como si hubiese acabado un maratón. Toqué mi frente y estaba sudada. Alcé mi celular de junto mi cama y vi la hora: 12:21 a.m. Era tarde. Palpé mi cuerpo y parecía todo normal. Bajé a la cintura y del lado derecho había una especie de cáscara acurrucada en mi cintura. Caliente.