UNA TAZA DE CAFÉ
Me encontraba en la misma
cafetería de siempre. Con un libro entre mis dedos de la mano izquierda y una
taza de café sostenida por mi derecha. En mis labios se asomaba un detalle
olvidado por el último sorbo al brebaje caliente con sabor vainillezco. En las
pequeñas y cuadradas bocinas sonaba John Coltrain en el saxo, y las luces bajas
daban al lugar una esencia de perfección y tranquilidad.
No había novedad alguna ese día, la señora que sirve el café sentada en la
pequeña barra hacía caer las cenizas del cigarrillo que cargaba en sus dedos,
las parejas se sentaban en esas mesas de madera que con dos asientos se
acomodaban con excelencia a la necesidad de ambos. El librero voluminoso color
nuez seguía contra la pared. Nada nuevo había ese día, nada nuevo hasta que
sonó un silbido del viento que corrió al abrirse la puerta. Una señorita de
mediana estatura entraba abrigada al establecimiento.
Se sentó en el sillón junto al mío suspirando un helado aliento como si este
fuera su ultimo exhalo frío antes de respirar la calidez del lugar. Tomé una
mínima importancia a ello manteniendo firme mi lectura. Tras unos breves
minutos ella me condujo unas palabras
-Disculpa, ¿Podrías decirme la hora?
Al escuchar la suavidad de su voz interrumpí bruscamente la lectura, como si un
murmullo de algún lugar muy lejano hubiese querido llegar a mis oídos sin haber
hecho esfuerzo alguno.
-Las siete treinta y seis- Respondí al voltear mi mirada hacia sus ojos.
-Gracias- Asentó ella devolviendo su mirada hacia el libro que leía. -Ese
libro, lo leí hace tiempo-
-Seguro que aún lo recuerdas con gusto- Dije
-Es cierto, ¿Por qué lo dices?- Me preguntó con cierta manera de mover
ligeramente la cabeza de costado.
-Porque es un buen libro, y los buenos libros nunca se olvidan- Le contesté
mientras observaba la contraportada del libro. De inmediato voltee a verla, y
dirigí mi mirada a sus ojos, en los cuales se podía leer la nostalgia de años
pasados. Tiempos que memoraba en fracción de segundos y presumían la
virtuosidad con la que los revivía dentro de sí misma.
-Shailey, Soy Shailey-
Me presenté con ella y compartimos un par de palabras.
-Hacía mucho que no me paraba en una cafetería como esta. Me trae buenas
memorias en las que me sentaba por horas a leer y el tiempo...-
-Se desvanecía con el atardecer- La interrumpí.
-Y las lunas que salían eran, por lejos, al contarlas, una milésima de las
paginas que desgastaban a las manecillas del reloj.- concluyó ella.
En ese momento entendí que no era solo una mujer peculiar, con cierto celo por
el amor a leer un buen titulo, sino que también confirmaba su intelectualidad.
Y eso, más allá de sus ojos castaños, me atraía más llevándome a iniciar una
conversación que duraría hasta el tono de las palabras humeantes de la señora
que sirve el café.
-Es hora de cerrar, se ha hecho muy de noche y el frío seguro ya aumento
considerablemente.- Nos dijo acercándose con dos termos. -Tomen algo de café,
este va por la casa-
Agradecimos cordialmente el buen gesto de la amable mujer y salimos por la
puerta.
-¿Es cerca a donde te diriges?- Me preguntó Shailey.
-Unos quince o veinte minutos caminando- Le dije.
-Yo vivo cerca, quizá podamos concordar otro día y reciprocar nuevamente- Decía
mientras se alejaba en la soledad de la noche. Y de igual manera me sumergí en
la oscuridad de las calles haciendo mi camino a casa.
Pasaron un par de semanas y cientos de hojas, muchas noches, y días. Pero por
algún motivo en mis tiempos libres me acordaba de Shailey. Quizá fue su manera
de hablar, o de mirarme a los ojos, probablemente habrá sido su perfume o de la
misma manera pudo ser su voz tan suave, aunque algo me dice que fue más la
compatibilidad con la que nos unía un tema de conversación tan espontáneo
haciéndolo lo más interesante para ambos y compartir nuestras ideas estando, de
algún modo, siempre relacionadas. Algo fue que me traía a pensar en solo su
nombre. No me enfocaba en su rostro, ni en su cuerpo. Solo su nombre y las
escasas horas que compartimos ese día, hasta que dos meses después la volví a
ver, esta vez en una cafetería más concurrida y moderna.
-¡Ahí estas!- Me dijo desde la puerta de la entrada alzando una mano en señal
de saludo. -Te he visto desde afuera y he decidido venir y saludar, si no es
molestia para ti-
-Para nada, ¿Tomas algo?- Le pregunté
-Un café negro, te lo agradecerá mi cuerpo que hasta ahora ha estado un poco
frío con el viento que ha pegado fuerte justamente hoy. Tiene ya un tiempo que
no te vi, me alegra ver una cara conocida hoy día.-
-Nunca está de más encontrarse con alguna cara conocida.- Afirmé
-¿Qué lees?- Preguntó con una curiosidad ingenua
-Es un viejo libro que encontré en una librería en un viaje que tuve hace poco.
Habla de relatos de amor, drama, y desesperación de amores antiguos.-
-Chapados a la antigua.- Añadió
-Así es.- Concluí
-Esta en otro idioma, debe ser japonés.-
-Lo es.- Afirmé
-Me gusta.- Dijo
-¿El qué?- Pregunté
-Esa clase de textos. Los encuentro muy fascinantes. ¿Lees mucho de esa
índole?-
-Leo lo que me guste, si un libro no me gusta lo dejo y voy en busca de otro
que me satisfaga-
-Ya veo. Oye tengo unas entradas al teatro esta noche, es una función de
comedia griega y me han cancelado con quien iría. ¿Harás algo más tarde?- Noté
en ese momento que era la única y precisa oportunidad de conocer más de esta
chica que apenas había visto un par de veces. Negué con la cabeza y quedamos
esa noche para ir al acto teatral.
Durante la obra encontrábamos gracia en cosas que mucha gente callaba, y
callábamos a lo que mucha gente reía o replicaba. Al salir, comentando lo que
nos pareció más agradable del show cada quien, caminamos un poco y al virar la
vista nos encontrábamos en una ruta que habíamos tomado sin destino previsto,
un rumbo perdido en el cual compartíamos nuestras voces, miradas, risas y de
cierto en cuando una mueca. El estar perdidos nos daba la ventaja de borrar las
manecillas al reloj. Dándonos menos preocupación por encontrar una ruta
conocida, distraídos con nuestras propias voces.
Andamos cerca de un parque que se me hacía conocido pero no recordaba con
exactitud si ya lo había visitado con anterioridad. Al ir enalteciéndose la
luna, con ella nosotros dimos lugar al placer de observarle acostados en el
césped, que, gracias a varias casas aledañas parecía estar haciendo menos
viento, y con ello menos frío. Con un dedo comenzábamos a contar las estrellas
y al perder la cuenta empezábamos de nuevo. Así como las nubes, también les
encontrábamos formas al dibujar líneas imaginarias cruzando de aquí hasta allá,
y de allá hasta el otro lado.
-Perder la noción del tiempo es un lujo que no había presenciado hace mucho.-
Dijo Shailey
-Y perder la noción del lugar creo que es más raro aún, perdiendo la noción de
ambos deber ser una en un millón, o quizá en un billón.- Comenté
-Quizá.- Dijo ella volteando a verme a los ojos. Nos miramos por unos segundos
y ella acerco su rostro en medio del silencio y la soledad que nos ofrecía
aquella noche ya no tan fría. Una calidez se implanto en la memoria de mis
labios y a la vez en los suyos. Nuestros ojos se encontraron una vez más
después de haberse cerrado momentáneamente para, así de nuevo, volverse a
cerrar y sentir esa dulzura degustante proveniente de su boca y la mía. Rocé
sus mejillas moviendo sus cabellos con mis manos manteniendo, ambos, la mirada
fija el uno en el otro. Perdiendo así la noción, también, del quiénes éramos y
que hacíamos, desvaneciéndose con nosotros la noche entera, sumergiéndonos en
un silencio abrazador y cálido que nos envolvía atrapándonos en el reencuentro
de dos pieles que se reconocían sin haberse encontrado antes.