viernes, 21 de julio de 2017

AVENTURAS DE UN NIÑO PELOTUDO

AVENTURAS DE UN NIÑO PELOTUDO

Antes, cuando vivía en Veracruz, había (Desconozco si aún existe) una tienda de artículos para hacer bromas. Desde el clásico colchón pedorro, hasta caca falsa con un aspecto y olor muy parecido al real.

Todo comenzó hace unos 11 años, cuando en un viaje del D.F. a Veracruz, cruzaba la plaza con un primo y avistamos la tienda. Irremediablemente y con una mueca de risa maliciosa entramos. Lo primero que vimos era que, a pesar de ser un local no muy grande, estaba bien abastecido. Compré unas capsulas con un líquido amarillo pálido en su interior y un colchón pedorro.

Ese día habíamos descubierto una tienda que, más para mí que para él, se convirtió en un buen surtidor de próximas labores ciudadanas.

Tiempo después, cuando me mudé a Veracruz permanentemente, revisité el lugar. Eso hace unos 10 años. La tienda seguía igual, y para gusto mío eso fue solo la primicia de muchas corridas.

La primera fue un blockbuster. Volví a comprar las mismas ampolletas cristalinas con el mismo líquido amarillo pálido. Esa noche, mi madre conducía y se aparcó en el estacionamiento del lugar mientras yo iba a dejar un juego que había rentado. Al salir por la puerta, de esas giratorias, justo antes de que cerrara por completo, saqué mi mano del bolsillo de la chaqueta con una ampolleta dentro. En seguida, casi como con un reflejo sobrehumano, la lancé en la delgada línea que aún quedaba abierta… La cápsula tronó. Al ver la expresión nauseabunda del empleado que se hallaba más cerca, sentí la satisfacción de cualquier bromista al ver a su víctima caer y corrí al aparcamiento. Expliqué a mi madre con más frenesí que calma que debía arrancar rápido o nos echarían a patadas del lugar.

La segunda, o mejor dicho, las segundas víctimas fueron un par de señoras en una verdulería. Una tía había pedido que la acompañase a comprar el mandado. Sin dudar, llené mis bolsillos de material peligroso. Al llegar a una verdulería tenia las dos manos metidas en los bolsillos de los costados y 2 señoras me veían con un aire de simpatía. De un bolsillo (del bueno) saqué una cajita de chicles y metí uno a mi boca. En ese momento mi tía se encontraba pagando. Una de las señoras vio y le ofrecí uno, de inmediato saque la otra mano con 2 cajitas, una de “Fresa” y otra de “Menta”, la señora tomó uno de menta y su compañera, a la cual también le ofrecí, tomó uno de fresa. Al subir al auto les dediqué una sonrisa con la ventana abajo, luego la ventana empezó a subir, y por el estupor de ambas señoras, podría decirse que no era la único que subía. Entonces, mi tía hizo la pregunta: ¿Qué les diste? como culpándome de ello. Respondí que nada y que quizá no se lavaron las manos antes de meterse el chicle a la boca y, trabajando en una verdulería, pudieron tener restos de cebolla o algo.

Al llegar a casa mi tía comentó a mi madre, y mi madre, estando ya a solas, se carcajeó. Ya sabía que detrás de “Fresa” y “Menta”, se escondían “Ajo” y “Habanero”, respectivamente.

Otra de las grandes amistades que logré gracias a estos artículos denominados “Para emprender verdaderas amistades”, fue la de mi abuela misma. Mi abuela, junto con un grupo de amigas, solían juntarse los viernes para convivir y en veces jugar algún juego de mesa. El jueves previo había ido con mi pequeño distribuidor a surtir mercancía y no podía esperar a distribuir felicidad con ella. 

Media hora previa a la llegada de sus amigas, ayudé a poner la mesa y acomodar todo para que estuviera en orden antes de la reunión semanal. La oportunidad había llegado y no la iba a desaprovechar por nada, así que rápidamente coloqué el objeto en cuestión. Bien escondido para que fuera imposible notarlo hasta que fuera demasiado tarde. Las invitadas llegaron, todas se iban sentando excepto mi abuela, quien iba trayendo los aperitivos a la mesa. Al terminar con el último plato de galletas jaló la silla y desde mi vista procedente del sillón en la sala, todo se veía en cámara lenta. Reposó la silla y más temprano que tarde se topó con un material esponjoso y lleno de aire. Un estrepito llenó el comedor con un sonido reconocible: PRRRR

3, solo 3 de muchas anécdotas guardadas celosamente en las memorias de un niño pelotudo, de un ejemplo a seguir para todos los primos y sobrinos de la familia.